viernes, 20 de mayo de 2016

altazor

ves pasar un camión rojo
desde tu ventana
fumando un hipotético cigarro
que no está ahí aunque
lo deseas.
tres años desde que no para el maldito ruido.
estás sola
y encerrada
y sola
bajo un cielo frágil
sobre la explanada última
y encerrada
lamiéndote los dedos
desgastando tus encías
y sola
llena de astillas
que sangran ocasionalmente
sin causarte mayor
perjuicio.
y encerrada
cubierta de las tripas de algún animal enorme
alzando los dedos al cielo como si rezaras
y sola
rezando con los dedos colgando por la ventana
y encerrada
sin atreverte a mirar abajo
y sola
incapaz de enfrentar la vergüenza
y encerrada
mirando a un camión rojo
marcharse
y sola
y tu madre y tu hermano y tu novia
y encerrada
y tu futuro
y sola
y viva
y sola
y viva
y encerrada.
Tres años y tres minutos desde que no para el maldito ruido.

sábado, 7 de mayo de 2016

Escuchamos los chillidos del metro
a lo lejos. Tu reloj de pulsera es dulce
como un durazno de plástico. O al menos
así lo recuerdo. Es verdad,
tú ya no estás conmigo.
Hace media hora desde que
nos separamos
mientras un montón de desconocidos aplaudía
o quizás se sacudían el polvo
o eran mantis religiosas.
Cruzaste una puerta llena de radiaciones magnéticas
yo tiqué en Nuevos Ministerios para subir al cercanías
tú no te quitaste los zapatos
y nos dijimos adiós hasta que se nos cayeron los ojos.
Soy solo yo quien escucha los chillidos del metro
a lo lejos. Tengo que ir a clase en unas horas,
también tengo que dejar de llorar en algún momento
o empezar a llorar
o algo. Me pregunto si estarás durmiendo bien
a muchos kilómetros sobre mi cabeza
-como cuando nos conocimos-
me pregunto si te habrás quitado las gafas para
echar una cabezada encima de todas las nubes.
encima de todos los rayos.

 Un hombre canta en otro idioma por la calle
mientras entras en mí repetidas veces
y nos mordemos mutuamente y vivimos en Arrecife
y mis labios saben a mantequilla unas horas después,
como los tuyos. 

Encima de todos los niños.
Soy solo yo quien escucha los chillidos
de los astronautas rusos.
O eso me repito mientras lucho por no dormirme
en esta cápsula extraña de aceite y acero.

Buscamos la banda sonora de una película
en spotify. Creo que quedaría bien con tu voz,
pero no te lo digo. Miro con ansia tu piel desnuda.

Las sábanas arrugadas me hablan de a qué sabe la piel de
tus hombros. A semillas. Me hablan de a qué saben mis ojos:
a salitre.

Me entregas con pudor una camiseta
envuelta en dos años y medio de relación. Y
una ola grande como un beso ciego.

Me hablan de a qué saben mis días siguientes:
tu aliento en mi frente como un pájaro lento.
a lo lejos.
tu voz clavada en mis huesos apagados.