martes, 29 de marzo de 2016

Las playas a las que no iremos nunca
son de un color raro bajo la luz de la incomprensión
igual que los costados a los que no iremos nunca
pero todo lo contrario a los hachazos cerrados.


En las playas a las que nunca iremos
existieron tardes de risas y cuerpos salados
lamidos por el sol
de la juventud descarnada
y manos que se paseaban como muertas
en la alegría angustiosa de poseer dos cuerpos.
Habría también besos vacilantes y dolorosos
y mi presencia pendería sobre la cabeza de todos los cangrejos
y arena dentro del bikini -como siempre-
y crema dentro de la arena verde.
Alguien más se daría cuenta de que tus pestañas son rubias
y te sonreiría
y tú lanzarías tu mirada
de no saber que puedes ser increíblemente magnética,
olvidada ya del compromiso incómodo e innecesario
de atar tus manos a un cuerpo roto
olvidada de los besos vacilantes e indoloros de las primeras veces
y de los quizás y de los yo querré y de los no me odies
olvidada en fin de mi costado y de mis mejillas
y de mis hachazos y de mi cuerpo roto.


Las playas a las que nunca iremos
son de un dolor raro bajo la luz
de la comprensión. Por eso es mejor
que no vayamos nunca.
te maquillas
despacio
mientras no te miro
con un lápiz
moreno y delgado
un chico andaluz
que sale de algún lago
ni verde ni azul
-tu color favorito:
lo indeterminado-
y entonces te veo
antes de irnos
a Kansas
o algún rincón
de Tenerife de indudable parecido
con lo que siempre pensé que sería
mi cabeza una vez huyeran
los pájaros malditos que llevo atados a
algún lugar cercano al lóbulo
una vez huyeran
los veranos rotos
y sin lugar a dudas
el ruido de la tele.
Resulta que llevas
pintados los ojos
parecen piscinas de
algún lugar de Tenerife de indudable parecido
con lo que será mi cabeza
cuando hayan vuelto
los colores perdidos
(azul y rojo y el verde mar del vaso de mi infancia
en el que me lavaba los dientes
bastante mal, de hecho).
y tienes los ojos
más claros de lo que piensas
y más claros de lo que nunca seremos
capaces de ver.

Hoy vamos a comer con tus padres
(y los ojos claros)
porque hoy es domingo
(y el chico andaluz)
me alegro realmente de verlos a todos
(parecen piscinas)
y de buscar en secreto a quién te pareces más:
(a los colores perdidos).
los pequeños ruidos nos volvieron locos
porque eran insistentes y atrevidos
lo que nosotros nunca
así que nos conquistaron
los microondas las lavadoras
los grifos mal cerrados
clic clac los conocidos
incómodos bla bli
las cremalleras y algunos insectos:
los pequeños ruidos nos volvieron locos
porque eran el único sonido
de las casas en las que nos volvimos locos
porque los pequeños ruidos hablaban
del paso del tiempo insistente y
atrevido, las llaves y las uñas
los vecinos enredados en lucha
hermosa e insistente
como el tiempo o como los remordimientos
los remordimientos de los labios y de
la lenta desintegración de la piel amada
y el pavimento y los italianos.
 así que nos conquistaron
 mientras dormíamos en lucha hermosa
contra nosotros. Nunca
dormirás tranquilo mientras puedas
oírte respirar
pero
hay cierta
belleza insistente
en tu respiración lenta, enredada y molesta
como en un cd roto
o un niño de pecho
-el paso del tiempo
y el esplendor insistente
y molesto. Clac, clic.
La lluvia se desliza -arriba, abajo-
como mi conciencia -abajo, arriba-
o como el tiempo -arriba-
como la hiel -abajo-.
Fue tan grande mi rabia -abajo-
como una hormiga muerta -arriba-
que profané la oscura nieve fría
yo, como un alacrán envenenado.
Sangre y vino y sangre, vinagre y labios.
Los ciervos mojados dormían
en el humo inconsciente álamo
como el mar atado a la lejanía.
Tiembla la hoja viva -abajo-
la lluvia tiembla abajo, arriba.