lunes, 29 de diciembre de 2014

Búscala cuando se congelen las hojas de los árboles, cuando el sol sea distante como uno mismo, cuando el milagro de estar vivo quede eclipsado por la maldición de ser consciente de estar vivo y no seas capaz de ver que toda maldición es en sí misma un milagro y probablemente ocurra así también al revés, cuando seas un estúpido fan de Bukowski, cuando tus dientes sean colmillos de lobo manchados de sangre cálida que baja por tu cuello como un glaciar (despacio, arrasando, dejando surco para siempre), cuando se te caigan los dedos de rabia, cuando el deseo no exista. Huye a esa parte de ti donde la felicidad es limpia y corres por el mero placer de correr, donde te arropan los brazos del amante, donde una lengua tibia te quita el hielo a lametones agradecidos, donde no es necesario sonreír pero sí es posible, donde hay queso, donde el deseo no exista.


(me gusta lo del glaciar, pero la anáfora se acaba haciendo un poco pesada).

Breve apunte: muchos idiomas (chino, griego, latín,  QUÉ SÉ YO) utilizan como saludo una expresión que signifique "¡alégrate! ¡que estés bien!". Qué buenrollismo genérico así de repente. Qué asco.

domingo, 21 de diciembre de 2014

(sin álamos)

Camino por la sombra alargada de
perderme en los pájaros de tus ojos cuando miras la música,
tienes un aire triste como un padre
que renuncia a la pasión de su vida por sus vástagos ingratos hijos de mil putas.
Tienes un aire sólido mientras el hierro fundido
se desliza entre tus manos intentando abrazar una madera astillada
que se balancea arriba, abajo... arriba, abajo en el mar
duro y sólido de las jirafas ardiendo.
¡Manos despellejadas!
Camino en los resquicios de tu dolor (es un poema)
y, con sus jirones, formas increíbles como la dignidad.
¡Manos despellejadas! ¡Manos despellejadas!
Camino durante seis pelícanos enfurecidos bajo una luna de amianto.
Es tan noble tu figura sangrienta proyectada
contra una luz más brillante que la muerte.
Es tan noble la espada de la que se bifurcan tus brazos y mis labios,
y de tus brazos cuelgan todas las vidas posibles, iluminándome
la cara con sus luces de neón.
Camino a tu lado reflejada y ardiendo en tu pupila
y me miras y me miras como mirabas antes a la música
(sin álamos).
¡Manos despellejadas!
Era un hombre
tormenta. Llevaba días con
los ojos cerrados. No recordaba
su dni. Le habían atropellado
dos cohetes. Ya no distinguía
los colores. Era fan de
Ezra Pound. Tienes un lunar en
el hombro. Caminar es negar
el movimiento. Llorar es afirmar
la negación. Accidentes. Era un hombre
tormenta.

jueves, 6 de noviembre de 2014

tengo un vago recuerdo

Tienes la piel suave como el llanto de la luz de una farola
pero no es a ti a quien escribo un poema ahora mismo.
Le escribo al rey del castillo de pena
mientras escucha aburrido y diacrítico cómo el coro
de voces perdidas en las fisuras de su mente discurre por el río
-una lámpara es un río-.
Canta el odio más fuerte
odio absoluto y visceral a la infancia
a la traición de la infancia
a la química de los cuerpos
y a los dedos que salen de lo más hondo de mi ser como espadas acusadoras feas e inútiles
como tumores alargados que un demiurgo formase con plastilina
ah, tristeza de dedos y de gemidos solitarios que tienen pegados a la punta
ah, felicidad por la muñeca a la que están atados con todo el fuego del insomnio.
Canta más fuerte el odio,
odio
odio visceral al agua estancada
odio lento a las ondas eternas de mi caída en el estanque desde Plutón, único errante,
a los reflejos ruidosos que proyecto a oscuras.
¡Esto no soy yo! ¡Esta versión empobrecida y disminuida de mí como una colina
(estúpida colina de mierda)
no soy yo!
Yo puedo responderos a todas las preguntas sobre la tierra y sobre la Tierra si no me miráis
como si fuese un velero roto en medio de un bosque
pero es que igual tenéis razón y soy un velero roto en medio de un bosque.
¡Dios, cómo odio mi infancia derruida y muda! ¡La mataré!
¡La apuñalaré con el cuchillo con el que maté a mi padre!
Y luego usaré el cuchillo para excavar túneles que me lleven a Plutón
y pelaré a Plutón con el cuchillo y me lo comeré como a una manzana
después de peinarle el pelo largo y rubio en su infancia
y de besarle llorando sus pestañas sombrías.
Pero luego tengo que irme
-una despedida no es más que un siencio incómodo
prolongado y un torbellino de palabras
mal dichas entretejidas en bóvedas de un castillo de pena
y lenguas verdes y rotas y un torbellino de silencios
y de palabras malditas, rotas y verdes entrelazándose como los rayos de sol con su pelo que
despiden en fila, incómodas,
las millones de caídas de la noche desde
su pelo.
El odio canta más fuerte.
El rey está desnudo.
Caen los castillos al atardecer del hombre y yo
me despido agitando la mano contra el pecho
porque no tengo ojos pero
tienes la piel suave como el llanto de la luz de una farola
y será a ti a quien escriba poemas cuando no haya noche.

viernes, 17 de octubre de 2014




Se conocieron hace dos años. Ella llevaba bajo el brazo El lector de Schlink y tenía arcilla en los ojos. El libro se le cayó al suelo en mitad del paso de cebra y los dos se agacharon a recogerlo.

Ella era la mezcla más desconcertante de ganas de vivir y tristeza que él había conocido nunca. Tenía las manos suaves y hacía el amor como si lo necesitase. Procuraba no llorar delante de él.
Él se limitaba a abrazar más fuerte su cuerpo desnudo mientras entraba en ella, ensimismado con un lunar cercano al cuello contra el que frotaba su barba incipiente. Analogía hemisférica.
 Cuando se conocieron, él era virgen y ella le sacaba mucha experiencia. Había tenido parejas estables, amantes y algún affaire, había follado en unos baños públicos, había estado a punto de hacerlo en una cala apartada de la playa. Había amado activamente a muchas personas, aunque siempre estuvo obsesionada por una. Había sufrido. Amo el amor de los marineros que besan y se van, le había recitado una vez a él, sonriéndole desnuda con cierta malicia. Él supuso que hablaba en broma y se dispuso a morderle la cadera. Y las sábanas eran blancas y estaban arrugadas.
 El gotelé parecía un manto de estrellas bajo el cual amarla. Él, mientras, pensaba que su modo de entender y practicar el sexo estaba muy determinado por ella, su única amante. Esta idea comenzó a perturbarlo mientras ella se la chupaba. Si su modo de entender el sexo era el que ella había provocado que fuese (de acuerdo, concedamos un ligero margen a la iniciativa personal), ¿quién había determinado el de ella? ¿Habían sido todas aquellas personas con las que ella había tenido sexo o había sido sólo una, la primera? ¿O había sido aquella a la que había querido más o había sido tal vez aquella con la que lo había hecho más tiempo (él)? ¿Había sido a él a quien había querido más? Notaba el placer de su garganta subir por la columna.
 Tal vez él hiciese el amor como la exnovia de ella. Su exnovia lo haría como un exnovio lleno de polvo. El exnovio lo haría como el Padre Javi… Subir por la larga e intrincada cadena de intercambios sexuales resultaba inquietante y amarillo. Al final, se sintió como si estuviese metiéndole la polla en la boca a la humanidad completa, como si la humanidad completa le estuviese chupando la polla. La idea era abrumadora y quiso apartarse de ella, se sentía asfixiado como si la hubiese metido en la Boca de la Verdad de Roma y la Boca de la Verdad le hubiese preguntado “¿No me invitas al cine antes?” y sus manos trepasen por las nalgas y su espalda en un movimiento ascendente y catatónico para finalmente robarle un beso con sabor a semen. Ella se recostó en su pecho cerrando los ojos y él la abrazó, confuso.

Se conocieron hace dos años, sea lo que sea conocerse.

domingo, 12 de octubre de 2014

Gramsci yace sobre un lecho húmedo como el Cristo muerto de Mantegna. El tiempo que pase con las sábanas dolorsamente adheridas a la piel es el último. Gramsci, tras haber dado mucha guerra, es una metáfora del breve siglo XX.


— Gramsci muere besando una estampa del niño Jesús, conmovido. Uno de los fundadores del PCI se ha reencontrado con su niño interior. Son igual de altos. Parten juntos, de la mano, en busca de su dios. Una monja los despide.

—Gramsci muere girándose bruscamente hacia un muro para apartarse de una monja que quiere convertirle. Gramsci muere solo, con su cuñada, su hermano Carlo y la monja. Gramsci se abraza a sí mismo y echa a andar.

 
Llegado el momento, ve con Gramsci.

elle était fort deshabillé

Oh himno caído desde la noche
himno impreso en el aire
himno puente entre dos lenguas.
Oh silencio que estalla entre sus piernas
elle était fort déshabillée
oh silencio, único himno,
oh silencio, himno a mí misma.
Tout près, tout près
Oh himno a sus caderas y a sus ideas de plata
oh tiempo lánguido entre sus ideas de plata y sus caderas
oh lengua resbaladiza como el último tango en París.
Oh ruidosa carrera contra el polvo,
oh silencio después de amarla, mi único himno.
Había susurros de heroinómanos
que se combinaban entre sí para formar espirales de humo de mentira de rabia
que salían de los ojos llorosos de alguien
un hombre
sentado
todos los hombres el hombre
Había una lengua bicéfala húmeda canina vibrando contra el tiempo
para escupir una L
que estaba desgarrando un aire muy puro muy blanco el aire
había una chimenea taponada por un hombre cagando fuego
había un odio férreo como un beso de Panero.
Son las 7 de la tarde
la tierra asciende lentamente en un sopor naranja
aprieto el boli contra todo el progreso de mi especie
un ciprés se balancea, dudando si dejarse caer hacia la nada
el Cid lleva muerto algo más de cien mil años,
a lo lejos suena una ambulancia.
Afino el oído -no hace música-,
luego ya no se oye nada.
La ambulancia corrió hacia las puertas de cristal
donde la mediocridad separa
el plástico del papel y la basura
y la nada de la nada y la nada.

La ambulancia se ha ido. Se han llevado la ambulancia
y sobre la noche descienden
los labios de una mujer de nata
que susurran, en rojo, hirientes:
"A la nada, a la nada, a la nada".

martes, 9 de septiembre de 2014

Envenénate. La noche es muy larga y cualquier cosa es mejor que el muro de cálida e inamovible nada.
Me inyectaré anclas en algún lugar comprendido entre mi páncreas y un órgano vital indefinido.
Nada en vena salvo la sangre y el sabor a limón.
El limón es lo que queda si al otoño le quitas el frío.
He fustigado trescientas espaldas limpias para hacer con ellas un cuadro de Kirchner.
He vendido la incandescencia.
He tocado el piano con mis costillas rotas
y la melodía reía risueña como un piano de cola ebrio de incienso,
explotando en la cima de la campana de Gauss cuando
todo explota.
Cuando tenía tres meses estuve a punto de morir y no lo recuerdo. El cuerpo de un bebé no está lo que se dice preparado para aguantar los envites de la tos ferina y esa versión inconsciente y babeante de mí que es lo que sigo siendo y lo que seré porque el tiempo no existe casi desapareció para siempre ahogada en sus propios mocos (es curioso que las enfermedades puedan engañar al cuerpo, es decir, engañarnos a nosotros, hasta provocar su autodestrucción).  Se ha contado mucho en mi familia cómo mi tía heroicamente introdujo una mano en mi boca y sacó eso que casi hizo que me ahogase, esa parte de mi alma autodestructiva, los mocos, aunque se contaba más cuando yo era joven, ahora ya menos, ahora hablamos de cosas como el campo, los políticos o Der Blaue Reiter. Hasta el tiempo (artificial, claro) es capaz de borrar el recuerdo de la primera amenaza de la muerte (aquí va un plano de la Parca (ojalá se llamase Paca, la Paca) agitando el puño para mostrar su ira). Casi me muero y no recuerdo nada, pero esta casi-muerte es indudablemente lo que soy, una de las cosas que soy.

Entonces yo soy lo que recuerdo, pero también soy lo que no recuerdo. Mi cuerpo debe recordarlo aunque mi cerebro me oculte información, mis pulmones deben latir agradecidos cada vez que lo hacen, deben ser conscientes de la suerte que tienen de poder mutar y crecer y menguar y llorar cuando lloran. Por lo tanto yo no sé quién soy, sólo mi cuerpo lo sabe. Mi cuerpo, que soy yo, es más que yo misma. Debo temer a mi cerebro, debo huir de él, pero no puedo huir de él porque este haz confuso y magistral de impresiones es lo que yo soy, estas ideas en torno a las que organizo mi realidad son todo lo que tengo, y lo que es peor, ellas me tienen a mí. No puedo roer la inconsciencia de lo consciente. Estoy atrapada dentro de mí misma.
Esta noche larga y gris como una falda
quiero dormir destapada en tus ojos marrones y encalarte la piel,
quiero pintarte los labios rojos con la concentración de un bizco.
Quiero ser el león que acose tus caderas y luego se disculpe con el sombrero negro en la mano,
quiero llorar por tus recuerdos amarillos y beberme el zumo de tu ausencia.
Necesito abrirlo todo, que todo mi yo azul freudiano
salga a recibirte desnudo y armado. Necesito la luz blanca.
Necesito ser atravesada por un rayo y volver a la tierra con gorritos de cumpleaños,
pero no quiero perder nunca más tus ojos en medio del bosque.
Sólo quisiera ser el aire violeta que respiras y arder sin consumirnos,
pero intuyo que el "sólo" esconde un esfuerzo titánico y naranja como todos los adverbios.
                                                                                                     [Y una flecha.
Esta noche me conformo con ser (ennegrecida),
no está mal ser el ser en un idioma en el que está el estar (limpia).

viernes, 20 de junio de 2014



Cuando Karl Kraus despertó, salió de la cama cual carta abierta y se vistió con su habitual uniforme de trabajo: un traje de limpiadora sexy que parecía sacado de uno de esos horribles catálogos de carnaval que contribuyen a mantener el heteropatriarcado y los disfraces feos. Era un día cualquiera, sea lo que sea eso. Se sacó un moco triste y lo dejó caer tras acariciarlo entre pulgar e índice en la moqueta, mientras el narrador reflexionaba sobre la posible relación etimológica entre moco y moqueta y terminaba por descartarla. Probablemente moqueta venía del italiano, como todas las cosas suaves, y Karl sintió erizarse su piel al notar el abrazo indiferente del frío sol de enero justo cuando salía de su bloque de pisos, uno de aquellos –maravillosos- bloques de pisos inspirados por Walter Gropius. Qué frío, pensó. A ver si viene pronto la primavera.
Y de repente se quedó paralizado y era como si una espada lo atravesase por dentro no eran todas las espadas todas las espadas del mundo todas y las espadas gritaban y no eran labios ni bocas ni besos ni lluvia porque eran espadas y le estaban matando porque cuando uno se va a morir lo sabe sencillamente lo sabe y quema y la luz del atardecer ahora es atardecer era blanca como la piel inocente de un recién nacido que aún no se ha roto aún no se ha roto se ha roto…
Sencillamente Karl Kraus se desmayó en la puerta de su bloque de pisos como una flor mustia, y una amable vecina que pasaba por allí lo rescató cargándolo en sus fuertes brazos y llamando a un doctor. Qué le pasa al señor Kraus, decían los pajarillos y las baldosas, tristes, del edificio. Que está muerto, respondió el doctor, de un modo distinto, con mucho tacto y mucho menos contenido. No entraré en porqués porque todos ustedes son de letras y no lo entenderían nunca. Pero Karl Kraus se moría, ¿qué le quedaba de vida? Menos de un segundo, como a todos. O tal vez un día o dos, o una eternidad, como a todos. Karl Kraus despertó y sólo se puso un poco verde cuando le comunicó el médico las buenas nuevas, el cual dejó que le vomitara encima comprensivamente. Si supiera usted cuántas veces me han vomitado en esta bata, decía sonriendo, como si tener toda aquella pota encima fuera el trabajo más maravilloso del mundo. Tal vez lo fuera. No, demonios, cómo iba a serlo. El médico se fue, claro. Y la vecina. Y las baldosas. Y las nubes. Y las hormigas, y Karl Kraus también se fue un poco, porque se quedó sentado en el sofá con la comisura de los labios levemente manchada por su vómito, pálido y reflexivo (él, no el vómito. Es urgentemente necesario aclararlo). Lejos, lejos. Era como si Karl Kraus se perdiera en el sol, a lo Ícaro. Lejos…
Estoy llegando a la meta y no he hecho nada de provecho con mi vida. ¿Qué es lo provechoso? ¿Cómo se le puede dar sentido a una vida? ¿Y volumen? Fíjalo. Tengo familia y amigos, alguna vez encontré el amor, pero no el mar, ¿mi trabajo? mi trabajo está bien… No sé si yo lo estoy. Cómo voy a estar bien. Cómo voy a estar mal. Si esto es natural. Pero dios santo sólo tengo 28 años por qué me está pasando esto a mí no puede ser no puede ser no puede ser no puede ser no puedo ser ya no puedo ser nunca voy a ser nada más ni nada menos que lo que soy ahora, en el peor momento de mi vida pero es que odio a mi padre cómo le odio es como si le diera algo de sentido a este vacío a la vez que le quita toda la razón dios mío me muero yo antes que tú cabrón. No le odias. En realidad no le odias, no odias a nadie, ni siquiera ya a ti mismo… Has llegado a algo parecido a la paz, el equilibrio entre sansara y nirvana, que se localiza justamente en la base de tus huevos… Ahí los sientes, tirando de ti hacia dios sepa dónde.
¿Cuál es mi sentido? ¿Debo ser un eslabón de la larga y bifurcada cadena de la humanidad? ¿Debí tener hijos? ¿No he hecho ya bastantes cosas malas? Los niños no son cosas malas, son lo único puro que nos queda…
¿Debí buscar la fama? No quiero que me recuerden por cosas banales... Ojalá fuera un río, para ser eterno, necesario y útil. Ojalá fuera un río para fluir tranquilamente hacia donde voy en vez de gritar agarrándome los brazos como quien se aferra desesperadamente a la vida en una atracción de feria. Ojalá fuera un río para tener dignidad. Incluso para secarme y morir dignamente. Ojalá fuera un río, Karl Kraus. Ojalá fuéramos todos el mismo río.
Karl Kraus sólo estaba quieto en el sofá, con los ojos grises y brillantes. El sofá era cómodo. Era genial ese sofá. Era lo mejor que le había pasado en la vida. Se sentía tan honrado de sentar sus nalgas en él. Pensó en cagársele encima. Ya que me voy, me voy por la puerta grande. Pero al final la barrera mental fue mayor que la barrera natural. Y nada, nada, respiraba despacio, con suavidad, su pecho delicado era una tenue caricia al aire corrupto de la habitación. Empezó a llorar un poco. No lo acaba de asimilar, realmente. Tenía hambre y se preguntó si valía la pena comer algo. No valía la pena. Qué imbécil. Qué lógico. Qué humano. Por la ventana no había hojas cayendo que le pudieran dar una falsa sensación de eternidad a su muerte anunciada, así que permaneció mirando el árbol dormido del exterior con ojos de besugo.
Leeré hasta que llegue la hora, pensó. Pero sus ojos no se fijaban en las letras, como ocurre tras las grandes catástrofes. Así que rasgó todos sus libros, bueno, sólo tres, luego paró. Y rompió a llorar de rodillas sobre el suelo rodeado de páginas de un libro de Bukowski que se había comprado por aparentar y se meó encima del miedo que le daba morirse. A la mierda la paz espiritual, el sansara, el nirvana y aprovechar sus escasos minutos de vida en… ¿qué? Tenía la conciencia de que todo importaba, pero su cuerpo agarrotado por el final no era de la misma opinión. Y quién era él para oponerse a su cuerpo si él no podía ser sin su cuerpo porque Karl Kraus y cuerpo de Karl Kraus (que no apariencia externa) eran lo mismo.
Estaba demasiado asustado para llamar a alguien y avisar de que la vida no sigue, pero hubiera querido decirle a su mundo que lo quería como sólo puede amar alguien a punto de diñarla. Quizás no era el mejor sentido de la vida, porque no había uno único, pero era un sentido parcial noble ese de querer a los demás, adorable infierno. Se ahogaba de las ganas de proclamar su amor a su madre y de abrazar a todos sus amigos, uno por uno, y de amar a alguien, se ahogaba, se ahogaba, se ahogó. Tuvo una muerte de muy mal gusto. Karl Kraus dejó el mundo dignamente hasta las cejas de vómito y lágrimas tras reflexionar sobre el sentido de la vida y hallar una respuesta a medias satisfactoria.
Y los libros rotos se rieron de su cadáver, con esa risa característica de quien no comprende la muerte ni las derivadas, que son, a fin de cuentas, lo mismo.

miércoles, 18 de junio de 2014

No sé
-¿qué es saber?
quién sabe-
cuánto tiempo limpia la zona después del incendio
ni qué se hace con las cenizas
si pueden usarse para crecer
o hay que quemarlas
una y otra vez
hasta el todo.
No sé si el Bosque respira
o es mejor matar al primer árbol
para salvar a los demás
y a ese árbol
a ese árbol...
No. No lo sé.
Sé muchas cosas menos cuando son necesarias
pero a las 5 de la mañana sólo sé que no sé nadar.
Sólo puedo hacer recuento de las heridas de guerra
-yo misma-
y dormir,
y lo podrido
-yo misma-
arde.
no tengo nada que decir
tampoco dinero o nada que callar.
no quiero hablar del sol. ni de nada que no sea gris.
no quiero hacer cosas bonitas o grandes,
sólo quiero tumbarme en Auschwitz y cerrar los ojos.
y ser abono, políglota y profeta, y puente
-fría. he de esperar-.
no quiero hablar de mí.
ni de vosostros.
ni de los muertos
(vosotros).
ni de Hamlet la bandera italiana la pizza saltar Proust o crecer papeles, por favor
no quiero arreglar el mundo ni romperlo.
sólo pido un breve periodo de nada,
(infancia, inconsciencia, orgasmo)
que me deje abrir los ojos y respirar,
y levantarme...
hoy soy alas y no armadura.
hoy soy una vida a medio cerrar.

viernes, 25 de abril de 2014

Odia a Parménides

Como los satélites
que no son estrellas
cascada rota de eternidad
raíz de diente
niño
poesía
sólo polvo—,
como los bajos
que no son guitarras ni serpientes,
como los delfines,
que no son peces aunque naden libres y admirados entre ellos,
como Pío Moa,
que no es Pío Baroja, 
como el genio, el fuego o la sífilis.
Tú eres los años 90,
la chispa ahogada en la noche, el gemido,
el espartaquismo,
los pulmones de plomo,
los ojos tristes y las manos que tiemblan, impotentes.
Tú, que cruzaste y volviste de la Laguna Estigia sólo para decir:
"Lo que es, es, y no puede no ser.
Lo que no es, no es... y no puede ser".

jueves, 20 de marzo de 2014

Y entonces te duermes. Cierras los ojos (pequeño milagro cotidiano), cierras los ojos y yo, mientras, en mi cabeza hago las cosas bien, y te recuerdo dormir para mí, preciosa, hace quinientos años o tal vez dos segundos, con esa relatividad que impregna todo el tiempo que vas creando a base de sonrisas de pararme el corazón. Una liebre insegura que acecha en las esquinas, aunque no sepa muy bien a dónde va. Qué importa saberlo, lo importante es el viaje. Lo importante es el viaje yendo de la mano contigo. No, no hay un único destino ni una única respuesta correcta, pero eres la puerta que más me gusta. Quiero atravesarte sin salir, quiero quedarme y ser un árbol, quiero crecer con el sol y al estirarme, enorme e indestructible hasta que se nos muestre lo contrario, acariciarle despacio los labios por los que abracé el finalismo, hacerlos míos, tuyos, con la yema de mis ramas o la corteza de mis labios, Dafne y Apolo a la inversa, atraparlos. Te miro dormir, y en mis brazos eres tan pequeña como el mar de mi postal, y tan grande, tan increíble, tan infinita como el mar de mi postal. Y yo, el viejo, te admiro dormir. Dormir es un arte y me atrapa tu magnífica poiesis de respiración calmada y ronquidos, y belleza, belleza por todas partes. Yo soy el bebé que descubre sus manos al final del brazo, que son las tuyas, yo soy quien cierra los ojos y te abraza más fuerte, pequeña de los sueños necesarios, y entiende, sin más, sin menos, que la felicidad, entendida de tantas maneras como personas, es lo único que se justifica por sí mismo. Así que, con el calor de tu costado como ropa interior, guardo mis porqués en un labio inferior para explicártelos mañana, y te da las buenas noches un largo ronroneo.
es
tristeza resi
dual
dormitorio de la razón
monstruos
Caravaggio a lomos de una cebra mojada
alguien
dentro de mi cabeza golpeándose la cabeza constantemente porque alguien dentro de su cabeza se golpea la cabeza porque...
la rabia es de color blanco
quema quema quema
vete
gris,
Stalin fue poeta antes de genio del cine mudo.
Dentro de mí siempre ha existido un lobo
(ahora dos):
el de la nostalgia.
La nostalgia del que archiva fieramente los recuerdos,
no vaya a ser que los secuestre la lluvia,
y como un poseso se tatúa a fuego con el brazo del dolor
hasta el detalle más insignificante.
El dolor insignificante es el que mata a uno por dentro,
despacio,
es el dolor de las goteras o las termitas
o los billetes de tren caducados.
Con el placer insignificante pasa lo mismo.
Es la nostalgia de saberse pequeño en un cuerpo, casa, tierra, universos infinitos.
La nostalgia del que nunca se conocerá a sí mismo
ni a aquel niño venezolano que sostiene el mundo con sus manitas de hoyuelos.
La nostalgia de quien nunca sabrá quién hizo el amor antes en la habitación que ahora llama suya.
La nostalgia de las raíces muertas en una tierra que siempre será de otros.
La nostalgia del telescopio o la pata de la mesa.
La nostalgia de los millones de personas que le prometieron la luna a alguien,
la de no visitar Plutón o Etiopía.
La nostalgia, en fin, de quien domina y se somete al tiempo,
yaciendo en el suelo,
dejando a las nubes crecer.

sfk

Mentíamos al atardecer, que es la mejor hora del día. Porque tu noche es demasiado triste y demasiado eterna, cuando amanece tengo fríos los pies de cazar moscas, la hora de comer no es la hora de comer y por la tarde saco al perro. Mentíamos al atardecer porque, por qué, por qué no.

Siempre me gustaron las cosas rotas, y si no lo estaban, las rompía para que me gustaran o gustasen o se parecieran a mí. Esta baldosa roja también está rota, aunque apenas se nota. Justo por la esquina... aunque ahora, al atardecer, es imposible verlo. Esta terraza tan alta siempre ha sido una mentirosa. 
Baldosa de mi terraza con una esquina rota.
Parpadeo levemente y reconozco que saludo a los vecinos alzando levemente la mano siniestra, aunque no sean mis vecinos porque yo no vivo aquí y ni siquiera sé dónde, cómo, cuándo, quién, por qué, qué o si vivo. La libertad era eso, vagar por las calles con los ojos entornados, despacio, porque la libertad pesa mucho a veces. Esperpento cosmopolita, no puede llevarme el viento porque el viento soy yo, aunque cómo me araño en noviembre. La libertad, en fin, era eso, quemar los días como si me sobraran.
Un parpadeo dura para siempre, pero cuando pasa, siempre está el abismo. El abismo de asfalto de mi terraza de baldosa con una esquina rota, palíndromo, no era un palíndromo, pero te he hecho mirar. Diletante. Bilirrubina. Sacacorchos. 
Manzana de cemento.
Filipino, al atardecer siempre me pregunto cómo será sentirse hombre pájaro durante diez segundos, y tauro. Quedamos en que el abismo de las hojas secas nos llamaría, pero sólo me llama a mí. ¡Fuego! Y reírse de la gravedad diez segundos desde la terraza hasta el abismo de asfalto. 
(Te veo de refilón en el reflejo naranja del atardecer sobre los coches grises...)
Mentíamos al atardecer porque las verdades flotan en los cereales de cartón por la mañana, porque por la noche eres ambigua. Eras. ¿Serás? Fuiste. ¿Fuimos? Matamoscas. No seremos sino gris de olor azul, yo habría sido rojo y breve. Será ceniza sin sentido. Nos hubiéramos visto. 
Pero nunca en esta terraza mentirosa, bastión de la indecisión. Salgo de mi prisión vespertina mientras el sol se pone en el Imperio, y ya no me interesa este abismo al que me até con un lacito rosa hace dos abriles. Por las noches soy persona, persiana y disléxico. Para mis vecinos soy un amante de las puestas de sol. En el fondo, estoy buscándome.
Hasta mañana.

Rajmáninov

"Forever's not so long...", ando pensando mientras te acaricio distraídamente el pelo. Entonces un gruñido malhumorado me devuelve a mi sitio: lo que me quede de pulgar.
Bueno, no importa. No es una sorpresa, algo a lo que nunca me haya enfrentado. No es tormenta, sólo es lluvia. Siempre has sido lluvia. Lluvia, un poco ácida a veces, y cansina, claro, pero mi lluvia, a fin de cuentas. Y a veces sale el sol, aunque chispea. Y no hay arcoíris. Joder, nunca me gustaron los putos arcoíris y a los arcoíris nunca les gusté yo. Mierda.
Podría haberme pasado años buscando qué tenía de especial tu nariz trigonométrica. Y así lo hice. Yo tenía una devoción ciega en tus cejas y en tu cuello, lo que pasa es que al final Dios no existe. Dios nunca existe, aunque yo quería creer que sí. Nunca dije nada por no romperle el corazón a esa gente de mi libro de lengua con la que viviré el resto de mi vida. Virgen arriba, sotana abajo, y muérete, y muérete, y muérete. ¡No quiero morirme, Manrique! Pero Dios no tiene por costumbre existir.
No, niego con la cabeza y observo en silencio. Y entonces algo se rompe. O se arregla. Yo qué sé, mi vida se ha derrumbado y ya no me importan esos matices. Joder, ni siquiera me importo yo, ni siquiera me importa tu nariz. Al menos, no como antes.
La única verdad es que no hay una única verdad. Y, como no podía ser de otro modo, esto tampoco es absolutamente cierto, porque existen las matemáticas y la lógica. Existimos tú y yo. O tal vez no. No hay una única verdad, o sí. Nadaré un rato más entre la ambigüedad antes de decidir que prefiero no masturbarme más pensando en ti.
Qué desidia, te he dejado la puerta abierta y ya ni siquiera entras para incordiarme y pincharme en las costillas. Bueno, no importa. No es una sorpresa, algo a lo que nunca me haya enfrentado. Espera, sí que lo es. Desidia. Qué raro suena, qué raro has sonado siempre.
Supongo que de vez en cuando asomarás la nariz. No esperaba menos, llevo tus tatuajes en los brazos, aunque ya han dejado de arderme. Más o menos. Supongo que siempre que entres te chuparé el codo, pero ya no necesito chuparte el codo. Y me alegro.

Algo se ha roto o arreglado y sólo me queda afrontar el agnosticismo romántico. Estoy demasiado rota (o arreglada) para ser atea, pero empiezo a comprender qué significa ser libre.
Y tú hueles a piscina.

viernes, 14 de marzo de 2014

Baladí

Toda mi vida apesta a tabaco
y a toses,
aunque no fume,
aunque sólo tosa en brumario.

¿De dónde ha salido este sombrero?
No me entra en la cabeza.
Y no tiene conejos.
No, conejos, jamás.

Las zanahorias no sirven de gafas,
ni siquiera de paracaídas.
¡Espera!
Las zanahorias han hecho mucho daño.

No ato mis cordones convencionalmente.
Y creo que les pongo muy tristes,
creo que no les gustan mis manos.
A mí tampoco.

Le pedí a una estrella fugaz
que no huyera.
Se rió en mi cara.
La etimología es fuerte, muy fuerte.

Creo que me estoy enamorando
de los ojos de los niños,
aunque me asusten mucho,
o precisamente por ello.

¡No! Me duele estar lejos de Helsinki.
Y conozco lo bastante de distancias
como para saber que lejos
es tener que hablar en condicional.

Esquirol, esquirol,
el día que tú naciste grandes señales había.
La luna estaba crecida.
Esquirol, esquirol.

¡Hay un 29
en la puerta de mi instituto!
Pero me cae bien.
Algunos días.

Mamá, no tosas más.
Por favor.
Mamá,
¿por qué no me dices qué haces en el médico?

Despuntan las 4:19 de la mañana
y el lunes me arrepentiré de todo,
como siempre.
Y todos somos amarillos a nuestra manera.