viernes, 20 de junio de 2014



Cuando Karl Kraus despertó, salió de la cama cual carta abierta y se vistió con su habitual uniforme de trabajo: un traje de limpiadora sexy que parecía sacado de uno de esos horribles catálogos de carnaval que contribuyen a mantener el heteropatriarcado y los disfraces feos. Era un día cualquiera, sea lo que sea eso. Se sacó un moco triste y lo dejó caer tras acariciarlo entre pulgar e índice en la moqueta, mientras el narrador reflexionaba sobre la posible relación etimológica entre moco y moqueta y terminaba por descartarla. Probablemente moqueta venía del italiano, como todas las cosas suaves, y Karl sintió erizarse su piel al notar el abrazo indiferente del frío sol de enero justo cuando salía de su bloque de pisos, uno de aquellos –maravillosos- bloques de pisos inspirados por Walter Gropius. Qué frío, pensó. A ver si viene pronto la primavera.
Y de repente se quedó paralizado y era como si una espada lo atravesase por dentro no eran todas las espadas todas las espadas del mundo todas y las espadas gritaban y no eran labios ni bocas ni besos ni lluvia porque eran espadas y le estaban matando porque cuando uno se va a morir lo sabe sencillamente lo sabe y quema y la luz del atardecer ahora es atardecer era blanca como la piel inocente de un recién nacido que aún no se ha roto aún no se ha roto se ha roto…
Sencillamente Karl Kraus se desmayó en la puerta de su bloque de pisos como una flor mustia, y una amable vecina que pasaba por allí lo rescató cargándolo en sus fuertes brazos y llamando a un doctor. Qué le pasa al señor Kraus, decían los pajarillos y las baldosas, tristes, del edificio. Que está muerto, respondió el doctor, de un modo distinto, con mucho tacto y mucho menos contenido. No entraré en porqués porque todos ustedes son de letras y no lo entenderían nunca. Pero Karl Kraus se moría, ¿qué le quedaba de vida? Menos de un segundo, como a todos. O tal vez un día o dos, o una eternidad, como a todos. Karl Kraus despertó y sólo se puso un poco verde cuando le comunicó el médico las buenas nuevas, el cual dejó que le vomitara encima comprensivamente. Si supiera usted cuántas veces me han vomitado en esta bata, decía sonriendo, como si tener toda aquella pota encima fuera el trabajo más maravilloso del mundo. Tal vez lo fuera. No, demonios, cómo iba a serlo. El médico se fue, claro. Y la vecina. Y las baldosas. Y las nubes. Y las hormigas, y Karl Kraus también se fue un poco, porque se quedó sentado en el sofá con la comisura de los labios levemente manchada por su vómito, pálido y reflexivo (él, no el vómito. Es urgentemente necesario aclararlo). Lejos, lejos. Era como si Karl Kraus se perdiera en el sol, a lo Ícaro. Lejos…
Estoy llegando a la meta y no he hecho nada de provecho con mi vida. ¿Qué es lo provechoso? ¿Cómo se le puede dar sentido a una vida? ¿Y volumen? Fíjalo. Tengo familia y amigos, alguna vez encontré el amor, pero no el mar, ¿mi trabajo? mi trabajo está bien… No sé si yo lo estoy. Cómo voy a estar bien. Cómo voy a estar mal. Si esto es natural. Pero dios santo sólo tengo 28 años por qué me está pasando esto a mí no puede ser no puede ser no puede ser no puede ser no puedo ser ya no puedo ser nunca voy a ser nada más ni nada menos que lo que soy ahora, en el peor momento de mi vida pero es que odio a mi padre cómo le odio es como si le diera algo de sentido a este vacío a la vez que le quita toda la razón dios mío me muero yo antes que tú cabrón. No le odias. En realidad no le odias, no odias a nadie, ni siquiera ya a ti mismo… Has llegado a algo parecido a la paz, el equilibrio entre sansara y nirvana, que se localiza justamente en la base de tus huevos… Ahí los sientes, tirando de ti hacia dios sepa dónde.
¿Cuál es mi sentido? ¿Debo ser un eslabón de la larga y bifurcada cadena de la humanidad? ¿Debí tener hijos? ¿No he hecho ya bastantes cosas malas? Los niños no son cosas malas, son lo único puro que nos queda…
¿Debí buscar la fama? No quiero que me recuerden por cosas banales... Ojalá fuera un río, para ser eterno, necesario y útil. Ojalá fuera un río para fluir tranquilamente hacia donde voy en vez de gritar agarrándome los brazos como quien se aferra desesperadamente a la vida en una atracción de feria. Ojalá fuera un río para tener dignidad. Incluso para secarme y morir dignamente. Ojalá fuera un río, Karl Kraus. Ojalá fuéramos todos el mismo río.
Karl Kraus sólo estaba quieto en el sofá, con los ojos grises y brillantes. El sofá era cómodo. Era genial ese sofá. Era lo mejor que le había pasado en la vida. Se sentía tan honrado de sentar sus nalgas en él. Pensó en cagársele encima. Ya que me voy, me voy por la puerta grande. Pero al final la barrera mental fue mayor que la barrera natural. Y nada, nada, respiraba despacio, con suavidad, su pecho delicado era una tenue caricia al aire corrupto de la habitación. Empezó a llorar un poco. No lo acaba de asimilar, realmente. Tenía hambre y se preguntó si valía la pena comer algo. No valía la pena. Qué imbécil. Qué lógico. Qué humano. Por la ventana no había hojas cayendo que le pudieran dar una falsa sensación de eternidad a su muerte anunciada, así que permaneció mirando el árbol dormido del exterior con ojos de besugo.
Leeré hasta que llegue la hora, pensó. Pero sus ojos no se fijaban en las letras, como ocurre tras las grandes catástrofes. Así que rasgó todos sus libros, bueno, sólo tres, luego paró. Y rompió a llorar de rodillas sobre el suelo rodeado de páginas de un libro de Bukowski que se había comprado por aparentar y se meó encima del miedo que le daba morirse. A la mierda la paz espiritual, el sansara, el nirvana y aprovechar sus escasos minutos de vida en… ¿qué? Tenía la conciencia de que todo importaba, pero su cuerpo agarrotado por el final no era de la misma opinión. Y quién era él para oponerse a su cuerpo si él no podía ser sin su cuerpo porque Karl Kraus y cuerpo de Karl Kraus (que no apariencia externa) eran lo mismo.
Estaba demasiado asustado para llamar a alguien y avisar de que la vida no sigue, pero hubiera querido decirle a su mundo que lo quería como sólo puede amar alguien a punto de diñarla. Quizás no era el mejor sentido de la vida, porque no había uno único, pero era un sentido parcial noble ese de querer a los demás, adorable infierno. Se ahogaba de las ganas de proclamar su amor a su madre y de abrazar a todos sus amigos, uno por uno, y de amar a alguien, se ahogaba, se ahogaba, se ahogó. Tuvo una muerte de muy mal gusto. Karl Kraus dejó el mundo dignamente hasta las cejas de vómito y lágrimas tras reflexionar sobre el sentido de la vida y hallar una respuesta a medias satisfactoria.
Y los libros rotos se rieron de su cadáver, con esa risa característica de quien no comprende la muerte ni las derivadas, que son, a fin de cuentas, lo mismo.

miércoles, 18 de junio de 2014

No sé
-¿qué es saber?
quién sabe-
cuánto tiempo limpia la zona después del incendio
ni qué se hace con las cenizas
si pueden usarse para crecer
o hay que quemarlas
una y otra vez
hasta el todo.
No sé si el Bosque respira
o es mejor matar al primer árbol
para salvar a los demás
y a ese árbol
a ese árbol...
No. No lo sé.
Sé muchas cosas menos cuando son necesarias
pero a las 5 de la mañana sólo sé que no sé nadar.
Sólo puedo hacer recuento de las heridas de guerra
-yo misma-
y dormir,
y lo podrido
-yo misma-
arde.
no tengo nada que decir
tampoco dinero o nada que callar.
no quiero hablar del sol. ni de nada que no sea gris.
no quiero hacer cosas bonitas o grandes,
sólo quiero tumbarme en Auschwitz y cerrar los ojos.
y ser abono, políglota y profeta, y puente
-fría. he de esperar-.
no quiero hablar de mí.
ni de vosostros.
ni de los muertos
(vosotros).
ni de Hamlet la bandera italiana la pizza saltar Proust o crecer papeles, por favor
no quiero arreglar el mundo ni romperlo.
sólo pido un breve periodo de nada,
(infancia, inconsciencia, orgasmo)
que me deje abrir los ojos y respirar,
y levantarme...
hoy soy alas y no armadura.
hoy soy una vida a medio cerrar.