aún entiendo el lenguaje de los niños,
oigo el tumulto de los cementerios.
tener veinte años es estar en medio
de la charca, la panera y los pinos.
debajo de un ajado harapo en lino
late algo caliente, húmedo y ciego
como las voces dentro de un teléfono
o en el pecho duro los rojos gritos.
¿no escuchas tú también la voz del plástico?
¿el golpe en la madera de un cadáver?
¿el terrible alarido del amargo?
el mármol que se insinúa en la carne.
aún oigo el tumulto de los álamos,
entiendo el lenguaje de las madres.
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