"Forever's not so long...", ando pensando mientras te acaricio
distraídamente el pelo. Entonces un gruñido malhumorado me devuelve a mi
sitio: lo que me quede de pulgar.
Bueno, no importa. No es una sorpresa, algo a lo que nunca me haya
enfrentado. No es tormenta, sólo es lluvia. Siempre has sido lluvia.
Lluvia, un poco ácida a veces, y cansina, claro, pero mi lluvia, a fin
de cuentas. Y a veces sale el sol, aunque chispea. Y no hay arcoíris.
Joder, nunca me gustaron los putos arcoíris y a los arcoíris nunca les
gusté yo. Mierda.
Podría haberme pasado años buscando qué tenía de especial tu nariz
trigonométrica. Y así lo hice. Yo tenía una devoción ciega en tus cejas y
en tu cuello, lo que pasa es que al final Dios no existe. Dios nunca
existe, aunque yo quería creer que sí. Nunca dije nada por no romperle
el corazón a esa gente de mi libro de lengua con la que viviré el resto
de mi vida. Virgen arriba, sotana abajo, y muérete, y muérete, y
muérete. ¡No quiero morirme, Manrique! Pero Dios no tiene por costumbre
existir.
No, niego con la cabeza y observo en silencio. Y entonces algo se rompe.
O se arregla. Yo qué sé, mi vida se ha derrumbado y ya no me importan
esos matices. Joder, ni siquiera me importo yo, ni siquiera me importa
tu nariz. Al menos, no como antes.
La única verdad es que no hay una única verdad. Y, como no podía ser de
otro modo, esto tampoco es absolutamente cierto, porque existen las
matemáticas y la lógica. Existimos tú y yo. O tal vez no. No hay una
única verdad, o sí. Nadaré un rato más entre la ambigüedad antes de
decidir que prefiero no masturbarme más pensando en ti.
Qué desidia, te he dejado la puerta abierta y ya ni siquiera entras para
incordiarme y pincharme en las costillas. Bueno, no importa. No es una
sorpresa, algo a lo que nunca me haya enfrentado. Espera, sí que lo es.
Desidia. Qué raro suena, qué raro has sonado siempre.
Supongo que de vez en cuando asomarás la nariz. No esperaba menos, llevo
tus tatuajes en los brazos, aunque ya han dejado de arderme. Más o
menos. Supongo que siempre que entres te chuparé el codo, pero ya no
necesito chuparte el codo. Y me alegro.
Algo se ha roto o arreglado y sólo me queda afrontar el agnosticismo
romántico. Estoy demasiado rota (o arreglada) para ser atea, pero
empiezo a comprender qué significa ser libre.
Y tú hueles a piscina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario